-Ta, vos sos guitarrista, pero... ¿y de qué trabajás? -Cuando puedo, de músico, que es mi mayor fuente de egresos.
Después de que el tachero me convenció de que había pocos tipos tan honestos y laburadores como él, y de que siempre ayudaba a los que lo necesitaban de manera desinteresada, llegamos a destino. Le pagué con un billete de cien, y él me devolvió veinte pesos, y mientras simulaba una patética búsqueda del resto de mi vuelto, un arrebato de maldad me invadió y le dije, deje, deje, maestro, así está bien.

Mi hermano tiene la teoría de que estamos a cinco contactos de cualquier persona del mundo.
Vivir se vuelve vacío si lo urgente eclipsa lo importante. La inercia, a la larga, nos deja solos. Con muchos éxitos, con mucho dinero quizá, con mucho conocimiento -si se entiendo que conocimiento es todo lo que sale de los libros-. Pero más allá de estas distracciones, que no son más que fuegos artificiales, estamos solos. Estamos solos si no supimos ver que a nuestro lado había alguien que sufría o estaba feliz, y necesitaba compartirlo. Desconfío que ese vacío se deba a que no tenemos tiempo. Mentira. El tiempo, se sabe, es relativo y depende de lo que realmente tengamos ganas de hacer. Lo que sí tenemos es mucho, demasiado interés por nosotros mismos. Y mucho, demasiado miedo de comprometernos con quienes decimos querer.
Les dejo este fascinante cuento de Kawabata, que está dentro de Historias en la palma de la mano (Emecé, 2005), un libro que además de leerlo, hay que tenerlo. Como lo indica el título, son pequeñas historias, de una o dos páginas, que resumen un viaje onírico y brutal por el mundo de Kawabata.CANARIOS (KANARIYA)1924
Señora:
Me veo obligado a romper mi promesa y una vez más le escribo una carta.
Ya no puedo tener conmigo por más tiempo los canarios que recibí de usted el año pasado. Era mi mujer la que siempre los cuidaba. Yo me limitaba a mirarlos, a pensar en usted cuando los observaba.
Fue usted quien dijo, ¿no fue así?: “Usted tiene una mujer y yo un marido. Dejemos de vernos. Si por lo menos usted no tuviera mujer. Le entrego estos canarios para que me recuerde. Obsérvelos. Ellos son ahora una pareja, pero el vendedor simplemente tomó un macho y una hembra al azar y los metió en una jaula. Los canarios en sí no tuvieron nada que ver. De todos modos, por favor recuérdeme a través de estos pájaros. Tal vez sea desagradable entregar criaturas vivas como recuerdo, pero nuestra memoria también está viva. Algún día los canarios se morirán. Y, cuando llegue el momento de que mueran nuestros mutuos recuerdos, dejémoslos morir”.
Ahora los canarios parecen estar al borde de la muerte. La que los cuidaba ya no está. Un pintor como yo, negligente y pobre, es incapaz de hacerse cargo de estos frágiles pájaros. Lo diré claramente. Mi mujer se ocupaba de los pájaros, y ahora está muerta. Y como ella ha muerto, me pregunto si también los pájaros morirán. Y si así es, ¿era mi mujer la que me traía recuerdos de usted?
Hasta se me ocurrió dejarlos libres pero, desde la muerte de mi mujer, sus alas parecen haberse debilitado repentinamente. Además, estos pájaros no saben lo que es el cielo. Este par no tiene otra compañía en la ciudad ni en los bosques cercanos donde reunirse con otros. Y si acaso uno se fuera volando por su cuenta, morirían separados. En aquel entonces, usted aseguró que el hombre del negocio de mascotas simplemente había tomado un macho y una hembra al azar y los había metido en una jaula.
Y a propósito, no quiero vendérselos a un pajarero pues usted me los dio a mí. Y tampoco quiero regresárselos a usted, pues fue mi mujer la que los cuidaba. Por otra parte, estos pájaros – de los que probablemente ya se haya olvidado – serían una molestia para usted.
Lo diré de nuevo. Fue porque mi mujer estaba aquí que los pájaros han vivido hasta el día de hoy – sirviendo como recuerdo suyo. Por eso, señora, deseo que estos canarios la sigan a ella en la muerte. Mantener su memoria viva no fue lo único que hizo mi mujer. ¿Cómo pude amar a una mujer como usted?¿No fue acaso porque mi mujer permaneció conmigo? Mi mujer me hizo olvidar todo el sufrimiento. Ella evitaba mirar la otra mitad de mi vida. Si ella no lo hubiera hecho, seguramente yo habría desviado mis ojos o habría desalentado mi mirada ante una mujer como usted.
Señora, ¿no es correcto, entonces, que mate a los canarios y los entierre en la tumba de mi mujer?
Por alguna razón que desconozco, lo cierto es que estaban por matarme. Y como no tenía más opción que resignarme a morir, decidí disfrutarlo. Introduje tranquilamente mi dedo índice en la nariz, saqué unos cuántos gramos de moco acartonado, y los hice una bolita. Repetí este ritual hasta que vacié mis fosas nasales (*ver foto). Luego hice una gran bola con todo el material, y se lo lancé a la cara del asesino.
Todo indicaba que Eduardo sería un gran cocinero. Uno grande. Su Don -don con mayúscula, claro- se insinuó el día que se mudó de su casa materna, y un amigo le regaló un libro de cocina: "Para que no te cagues de hambre, Edu". Pronto se levantó una sospechosa ansiedad, y entre la gente que asistió a la inauguración de la casa no había duda de que Eduardo sería un gran cocinero. Uno grande.
Había pocas pelícualas en la casa de mi abuelo. Una de ellas era Ambrosio, la historia de un ratón muy inteligente, que ayudó a Franklin en sus inventos y a redactar la declaratoria de independencia de EUA. Cuando lo enfocaban, la cabeza de este señor me hacía acordar a una pera. Siempre quise que le creciera un cabo en la pelada.
Hombres: