Con la boca cerrada y los ojos llorosos, la niña negaba que le hubiera sucedido algo. Pero lloriqueaba y no abría la boca por nada del mundo.
Por fin entramos en confianza, y ella señaló a M., que estaba trepado al techo de la casa, martillando la pared.
La niña abrió su boca, y enseñó sus dientes: las paletas habían desaparecido y en su sonrisa había una ausencia negra y circular, con la forma exacta de la cabeza del martillo que se le cayó a M. desde el techo.
Sentí cosquillas en la encía.
viernes, 11 de abril de 2008
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2 comentarios:
¡Ouch!
Uff, que llame al Ratón Pérez.
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