
Desde ese momento, sus palabras salieron más silvadas y simpáticas, y el sonido se tornó tan familiar, que nos resultó extraño el día que le regalaron la dentadura postiza:
-¡Con esta porquería entre los dientes se me dan vuelta las palabras y no me entiendo ni yo...!
No hubo posibilidad de adaptación, y ahora, desde el hueco que queda entre los caninos, a R. se le ve la campanita.
La abuela, sentada en el sofá, sentenció con gran sabiduría:
-Las revoluciones no deben adelantarse al paso de los hombres.
Y para ser más específica, luego agregó:
-O como dijo el Topo Yiyo, estimada R.: "Las revoluciones tampoco deben adelantarse al paso de evolución dentrífica".