
Por fin entramos en confianza, y ella señaló a M., que estaba trepado al techo de la casa, martillando la pared.
La niña abrió su boca, y enseñó sus dientes: las paletas habían desaparecido y en su sonrisa había una ausencia negra y circular, con la forma exacta de la cabeza del martillo que se le cayó a M. desde el techo.
Sentí cosquillas en la encía.
2 comentarios:
¡Ouch!
Uff, que llame al Ratón Pérez.
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