
Hoy, por ejemplo, dos veces. La primera, un veterano en el ómnibus
(que la humedad, que el playstation de su hijo de 42 años, que su otra hija en Barcelona a la que le gustan demasiado los hombres..., que sus nietos son una manga de drogadictos)
y la segunda -recién, hace cinco minutos- un tachero culturoso con aires de bitelchus me daba clases de filosofía práctica y yo, disimuladamente, además de aburrirme y pensar en lo larga que será la noche, saco la nariz por la ventana para escapar de su mal aliento, disecado entre el parabrisas y la mampara
(que su ex no sabe criar a la hija que tuvieron hace tres años; que le tiene ganas a su otra ex, que cada crecimiento es un dolor...)
y él me pregunta por el libro que llevo en la mano -La conjura de los necios, ¡oh casualidad!- y le empiezo a contar sobre John Kennedy Toole, pero él me interrumpe cada tres segundos, tratando de adivinar lo que sucede con la vida de ese trágico escritor, y nunca le emboca.
Y entre sordos -me incluyo-, será que siempre necesitamos contar historias, nuestras historias. Aunque no nos escuchen.
P.D.: Este post no es en vivo: fue escrito hace unos días.
2 comentarios:
Qué terrible ese colchón! Anoche soñé con él. Me quería despatarrar y soñaba que me caía.
Si te escuchara Freud...
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